Desde aquellas de origen ‘metabólico’ como la diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares, hígado graso y algunos tipos de cáncer, pasando por otras ‘mecánicas’ como artrosis, dolor lumbar crónico, apnea del sueño e incontinencia urinaria, hasta las llamadas ‘mentales’, como depresión y ansiedad: el sobrepeso y la obesidad en la mujer incrementan el riesgo de padecer un sinnúmero de afecciones que sin lugar a dudas comprometen su salud y calidad de vida.
Este tema fue abordado en un encuentro dirigido a médicos cardiólogos, organizado por el laboratorio Teva, en el que también se explicó que -en contrapartida- alcanzar y sostener un peso saludable contribuye a mejorar la mayoría de los parámetros.
Mucho se ha hablado sobre el incremento de la obesidad y del sobrepeso en Argentina y en el mundo, pero merece un capítulo aparte la obesidad en la mujer, una condición que conlleva riesgos a lo largo de toda la vida, desde la primera etapa de vida intrauterina, donde el exceso de peso en la embarazada condiciona el futuro metabólico del bebé, que se denomina “programación fetal”, pasando por situaciones de bullying y discriminación que pueden afectar la autoestima en la infancia y adolescencia, posibilidades de ocasionar trastornos en la fertilidad al formar una familia, incrementando el riesgo cardiovascular tras la menopausia y el de distintos tipos de cáncer y enfermedades como Alzheimer en adultas mayores1. Este tema fue abordado en un encuentro para cardiólogos, organizado por el laboratorio Teva en el marco de su programa Sumá Corazón.
“Al hablar de enfermedades asociadas al sobrepeso y a la obesidad en la mujer, debemos dividirlas en las de origen puramente metabólico, aquellas de raíz mecánica y las mentales. Entre las metabólicas, prevalecen la diabetes tipo 2, las enfermedades cardiovasculares como infarto, ACV, hipertensión, dislipemias, insuficiencia cardíaca congestiva y embolismo pulmonar, entre otras. También hígado graso, litiasis biliar, trastornos de fertilidad y algunos tipos de cáncer”, enumeró la Dra. Juliana Mociulsky, médica endocrinóloga, Jefa de la Sección Nutrición del Servicio de Epidemiología y Prevención del Instituto Cardiovascular Buenos Aires (ICBA), quien disertó durante el encuentro del programa Sumá Corazón.
Entre las mecánicas, la especialista mencionó la artrosis, el dolor lumbar, las apneas del sueño y la incontinencia urinaria, mientras que las enfermedades mentales citadas -que muchas veces encuentran su raíz en condiciones de sobrepeso y obesidad- fueron la depresión y la ansiedad1.
“En definitiva, el exceso de peso en la mujer estará acompañado de un cóctel explosivo que puede incluir bullying, problemas de pareja, disminución de la autoestima, dificultades para encontrar talles de ropa, inequidad salarial y menores oportunidades laborales, más visitas médicas, inconvenientes vinculados con la sexualidad y la fertilidad, discapacidad, ansiedad y depresión, diabetes, dolores articulares, apneas del sueño, presión arterial elevada, entre innumerables condiciones. Eso sí, siempre debemos mirar a la mujer que vive con obesidad, en todas sus dimensiones, en vez de concentrarnos meramente en su enfermedad.”, destacó la Dra. Mociulsky en la reunión convocada por Teva.
En contrapartida, la buena noticia es que muchos de los parámetros, especialmente los metabólicos, pueden disminuir considerablemente con una reducción variable del peso corporal que oscila desde un 3 a un 15%. A partir de una reducción de peso de un 3%, ya se visualizan beneficios en la prevención de la diabetes tipo 2, las dislipemias y la hemoglobina glicosilada (HbA1c). A partir de un 5%, se nota una mejoría progresiva de la hipertensión, la artrosis, el reflujo gastroesofágico y el síndrome de ovario poliquístico (importante causa de infertilidad). Desde un 7%, mejoran los síntomas de incontinencia y, a partir de un descenso del 10%, se reducen la inflamación y la fibrosis del hígado graso y se percibe un pequeño beneficio en la apnea del sueño.
En la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo de 2018, pese a que los datos preliminares no discriminan resultados por sexo, se registra en Argentina un 61,6% de sobrepeso y obesidad en mayores de 18 años. Esto representa un incremento del 26% respecto de la misma encuesta 13 años atrás, en 2005, adonde alcanzaba al 49%.
“La obesidad en la mujer acompañó estos valores y es algo que se refleja diariamente en el consultorio”, agregó la Dra. Mociulsky. Contribuyen a este crecimiento vertiginoso factores externos ambientales, sociales y económicos, e internos, como la genética y alteraciones en los circuitos de regulación del apetito, adonde intervienen cuestiones biológicas de deseo, placer y recompensa.
Las recomendaciones de tratamiento están estipuladas en guías internacionales y varían según la condición de cada paciente, partiendo fundamentalmente de su nivel de sobrepeso u obesidad, medido según el Índice de Masa Corporal (IMC), un coeficiente que surge de dividir el peso en kilogramos 2 veces por la talla en metros.
A partir de un IMC de 27 (desde 25 ya se considera sobrepeso), las guías recomiendan implementar un plan de alimentación y actividad física que incluya cambios conductuales, sumando la administración de medicamentos aprobados para el uso en obesidad, si además el paciente presenta enfermedades asociadas. Mientras que desde un IMC de 30 (obesidad), siempre manteniendo el plan de cambio de conductas, se aconseja la indicación de medicamentos, siendo la cirugía un recurso solo para IMC mayor de 35 con diabetes tipo 2 o sin ella, a partir de un coeficiente de 40.
Entre los principales mensajes incluidos en las Guías Alimentarias para la Población Argentina del Ministerio de Salud y Desarrollo Social de la Nación, se encuentran incorporar a diario alimentos de todos los grupos y realizar al menos 30 minutos de actividad física, tomar 8 vasos diarios de agua segura, consumir 5 porciones de frutas y verduras en variedad de tipos y colores, reducir el uso de sal y de alimentos con alto contenido de sodio, limitar alimentos y bebidas altos en grasas, azúcar y sal; consumir leche, yogur o queso preferentemente descremados, quitar la grasa de la carne y aumentar el consumo de pescado; consumir legumbres y cereales; aceite crudo como condimento, frutas secas o semillas; y restringir el consumo de bebidas alcohólicas.